martes, 12 de mayo de 2009

no me llames dolores

Concha Piquer; Quintero / León

Cuando el domingo te pones
Un traje negro de pana
Y ese clavel en la boca
Y ese sombrero de ala ancha,
Cuando acaricias silbando
Los hierros de mi ventana,
De tanto y tanto quererte
El corazón se me para.


No me llames Dolores, llámame Lola
Que ese nombre en tus labios
Sabe a amapola, sabe a amapola.
De noche y día solo pienso en ti,
Eres la vida para mi.


Si te llamas Francisco, llámate Antonio,
Que Antonio se llamaba
Mi primer novio, mi primer novio.


Ni tu madre a mi me quiere
Ni la mía a ti tampoco
Que nos importa de nadie
Si nos queremos nosotros.


Aunque pongan una tapia
Y tras de la tapia un foso,
Han de saltarlo tus brazos
Y han de cruzarlo mis ojos.


(al estribillo)


No he encontrado referencia de esta canción que haga justicia al original de Concha Piquer. Así que si alguien tiene interés, que me la pida y yo se la paso.


Este blog es un pasatiempo, y con razón podrá cualquiera decir que una cosa es cachondearse de los Stones y otra bien distinta meterse con doña Concha Piquer; que esto ya son palabras mayores, y que la broma pasa ya de castaño oscuro. Pero en mi vida de diletante me atrevo a desvariar contra cualquiera, y doña Concha no iba a ser una excepción. Desde el cariño y el respeto, que se dice ahora. Claro que aquí son tres contra uno, porque lo que de verdad interesa de esta copla es la historia, y la historia la inventan Quintero y León; así que son tres pesos pesados contra un peso pluma. Pero dejemos de ponernos la venda antes de la herida y al toro.

La canción de hoy será menos conocida que otra con el mismo título que abarrotaba las pistas de baile hace dos o tres años; pero no importa, porque en otros diez las aguas volverán a su cauce y la obra de bailoteo cederá su lugar en la memoria a la verdadera obra de arte. A ésta la traigo a colación porque es uno de esos ejemplos de canción con historia, de canción que cuenta algo que merece la pena ser contado; vamos, lo que a uno le gusta. Por lo demás, la estructura, la música y el decorado (los claveles, las rejas por la noche) son convencionales ad nauseam.

Vayamos entonces al relato. Una primera lectura nos deja en brazos de la España cañí: la mujer que adora a su enamorado, la típica exageración en el sentimiento (“el corazón se me para”), el amor apasionado que atraviesa todos los obstáculos. Puro estereotipo: sólo falta la muñeca vestida de sevillana y el toro miniatura encima del televisor. Tampoco la pieza es un ejemplo de progresía: la mujer se entrega voluntaria y sumisamente al hombre, al amante masculino que la ronda de noche, y al cual le debe la vida porque sin él se muere. La canción es -como todas- de amor, de amor incipiente o ya crecido, diríamos que en su momento de esplendor.

Pero hay un par de versos muy inquietantes. Hasta llegar a ellos, el noviazgo es perfectamente convencional y anodino; pero en un momento dado, la mujer canta:

Si te llamas Francisco, llámate Antonio,
Que Antonio se llamaba
Mi primer novio...


Este es el momento que aclara el asunto. El amor convencional, unipersonal, perfecto, se torna en otra cosa. Resulta que la mujer no ama al hombre que tiene delante. Resulta que querría que ese hombre fuera otra persona, y lo manifiesta en lo más personal que hay: el nombre propio. Además, luego se revela que la madres de ambos amantes (¿a quién se puede querer más que a una madre, y quién osaría contrariarlas?) desaprueban la relación.

La historia en ese punto deja entrever otra historia subterránea, mucho menos convencional y mucho más sombría, a saber: una jovencita, Lola, y un jovencito, Antonio, se enamoran. Sus madres lo desaprueban. Los jóvenes no son capaces de superar la presión de las familias, representados en los obstáculos clásicos de la casa familiar: la reja, la tapia, el foso. El amor no se consuma. Los amantes se separan sin que sepamos lo que ocurrió. Pasa el tiempo, que todo lo cura; sin embargo, aquí la cura no llega. Lola, Lolita quizá, se transforma en Dolores. Dolores es ya una mujer; conoce a hombres hechos y derechos como Francisco que van a tocar a su reja; ya adulta es capaz de plantearse luchar contra la opinión de su madre; los hombres cruzarán el foso, saltarán la tapia - todas ellas metáforas muy evidentes, pero ella sigue pensando en el amor no consumado, en la potencialidad no realizada del primer amor. Tristemente, Dolores querría ser Lola, porque Dolores parece condenada a no volver nunca a enamorarse.

Esta es una de esas historias con otra historia dentro. Haciendo una pirueta, diría que el personaje es el mismo que describe Joyce en “Los muertos”, de Dublineses: la esposa que vive una realidad marcada por un hecho romántico no consumado en su juventud, y que está condenada a vivir otra historia, convencional, siempre teñida de amargura por lo que nunca ocurrió. Lo que no hemos vivido y nos hubiera gustado vivir puede ser más amargo que lo que sí hemos experimentado. Siempre pensamos que hubiera sido mejor que lo que hemos conocido. Ésta es en realidad una historia triste, de frustración. Gracias por contarla, doña Concha.

12.5.09

1 comentario:

  1. Querido Eduardo,

    Ahora la gramola no es solo ronca sino muda?

    Nos gustan mucho tus posts! Queremos mas!

    Un abrazo,
    Nacho.

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