martes, 24 de noviembre de 2009

De por qué está sola Pandora

Antes siquiera
que nos hayamos conocido,
ahora que todavía
ni sé tu nombre,
que estoy aún sin atreverme
a dirigirte la palabra,
deja tú que empiece
a cantar de tu amor,
oh no nacido,
oh no sabido,
maravillosa nada.


¡Tantas y tantos
se te parecen! Esa boca
por donde tu masa alienta
es una boca;
y aquellos rizos por tu cuello,
olas del trigo de cada año;
y el calor que sube
de tus piernas, amor,
no es cosa tuya,
ni tuyo cosa
de cuanto a ti me llama.


Ay, y por eso
no debería conocerte:
que cuando tu boca haya
tu nombre dicho,
tu boca ya será la tuya,
tuyos tus rizos y tus piernas,
y por consiguiente,
si me quieres, amor,
no podrás menos
más que ser mía
con todas tus riquezas.


Ay, si me quieres,
ya no serás la no sabida,
la que hace de su deseo
temblar mi mano
cuando a tu mano avanza ciega,
por si ella ciega le responde.
Pero, si se dice,
se habrá muerto el amor,
y por las calles,
como uno y una,
iremos de la mano.


(Agustín García Calvo, Canciones y Soliloquios, Lucina, 1982)

No hay comentarios:

Publicar un comentario